Clarividencia
Vio la pantalla negra y sus pies quedaron anclados al piso del cine. La
gente caminaba y musitaba aprisa por el pasillo rumbo a la salida. Ni un solo pliegue de su abrigo café se
movió. Sus piernas delgadas se perdían en el jean azul. Su rostro parecía
congelado; y sus manos tenían la forma de palillos chinos a punto de romperse.
Las luces se encendieron. Dos personas de limpieza le pidieron que se retire
pero él seguía allí petrificado. Luego de cinco minutos de insistencia llamaron
al gerente.
-Señor, ¿por qué no se levanta? No ve que ya no hay nadie- dijo el gerente,
en tono apacible.
El hombre abrió sus labios lentamente y los mojó con su lengua mientras
trataba de articular palabras.
-Pre-ci-sa-men-teee… por so si-si-go aquí… se-se-ñor- le contestó el
sujeto, sin quitar la mirada de la pantalla.
-¿Qué le sucede? ¡Tenemos que cerrar es casi medianoche! - dijo el gerente impaciente.
-N-o pue-do- respondió el hombre.
El gerente miró al sujeto de arriba hacia abajo, de un lado y del otro y le
contestó:
-Haberlo dicho antes… Por favor traigan una silla de ruedas para el señor
¡Andando!
-No… eeeen-ti-en…
Los empleados llegaron con la silla y trataron de levantar el cuerpo.
Después de varios intentos, se dieron por vencidos.
-Es inútil jefe, no hay poder humano que mueva a este hombre- dijeron los
empleados exhaustos.
Dejaron al hombre allí con una tenue luz. Cerraron las puertas y salieron
como si nada.
Una lágrima cayó del ojo izquierdo del hombre, que estaba sumido en las
tinieblas.
Diane Cisneros
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